sábado, 8 de enero de 2011

La elegancia del erizo. Muriel Barbery

Reconozco que este curioso libro, cuya lectura pertenece al 2010, y que me encuentro releyendo algunas de sus páginas, jamás me habría acercado a su interior, salvo porque fue un regalo inesperado: una amiga, a quien previamente se lo habíamos regalado, después de leerlo, quedó encantada, y compró varios ejemplares y nos los regaló en su cumpleaños.  

Aparentemente, de vez en cuando los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no querían ir.
La elegancia del erizo no es una obra cumbre ni una obra maestra, pero atrae al lector porque entre sus páginas se respira paz, tranquilidad, hay jazz y té al jazmín junto con camelias y escritores rusos.

Esta mañana, mientras escuchaba la emisora France Inter, me he llevado la sorpresa de descubrir que no soy quien creía ser.
Cuánto mejor sería si compartiéramos unos con otros nuestra inseguridad, si todos juntos nos adentráramos en nosotros mismos para decirnos que las judías verdes y la vitamina C, si bien alimentan al animal que somos, no salvan la vida ni sustentan el alma.
 
¿Dónde se encuentra la belleza? ¿En las grandes cosas que, como las demás, están condenadas a morir, o bien en las pequeñas que, sin pretensiones, saben engastar en el instante una gema de infinitud?
El ritual del té, esta repetición precisa de los mismos gestos y de la misma degustación, este acceso a sensaciones sencillas, auténticas y refinadas, esta licencia otorgada a cada uno, sin mucho esfuerzo, para convertirse en un aristócrata del gusto, porque el té es la bebida de los ricos como lo es de los pobres, el ritual del té, pues, tiene la extraordinaria virtud de introducir en el absurdo de nuestras vidas una brecha de armonía serena. Sí, el universo conspira a la vacuidad, las almas perdidas lloran la belleza, la insignificancia nos rodea. Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima.

Pero cada mañana, aunque haya habido una sesión nocturna y sólol haya dormido dos horas, se levanta a las seis y se lee su periódico tomándose un café bien cargado.

(...) mamá se pidió un té de jazmín y me dio a probar. Lo encontré tan rico, tan yo misma, que esta mañana he declarado que es lo que quería tomar siempre de desayuno a partir de ahora.

La camelia sobre el musgo del templo, el violeta de los montes de Kyoto, una taza de porcelana azul, esta eclosión de la belleza en el corazón mismo de las pasiones efímeras, ¿no es acaso a lo que todos aspiramos? ¿Y lo que nosotros, civilizaciones occidentales, no sabemos alcanzar?. La contemplación de la eternidad en el movimiento mismo de la vida.

Yo soy muy camelia sobre musgo

4 comentarios:

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Pues entonces eso quiere decir que el libro está bien, no hay que pedir más: paz, tranquilidad, jazz, té al jazmín, camelias y escritores rusos. Con esos ingredientes puede salir un buen libro, y si usted dice que ha vuelto a él después de la lectura es que merece la pena.
Me he propuesto, este año, ser más disciplinado con mis lecturas, como si fuese un estudiante que ha de hacer sus deberes, esos deberes que se hacen de las asignaturas que le gustan, más que nada porque leer es un ejercicio agradable.
¿Sabe que en Madrid diluvia?
Hoy en el trabajo ha habido ciertas ráfagas de sol, que parecía que en la cocina se me había metido un ángel, pero luego volvieron las nubes, y no ha cesado de llover en todo el día.
Estrenaré mis botas nuevas, que esta noche voy a ver a un grupo tocar rock. Tendré que volver pronto, cenicientamente.

Madison dijo...

Quizá debería releer el libro porque la primera vez que lo leí, el año pasado, no acabó de gustarme.

Hilvanes y Retales dijo...

Príncipe: no entiendo eso de ser más disciplinado. Las lecturas tienen que ser una sorpresa, como la liebre en el erial, que decía Doña Carmen...sin ir más lejos, ayer mi vista se posó en un libro que lleva conmigo lo menos 10 años, y lo cogí, sin pensarmelo. Y leyéndolo estoy y sorprendida y gratamente... He aparcado por hoy y mañana, en consecuencia, El cementerio de Praga.


Cómo volvieron las botas nuevas de un concierto de rock? Asustadas? Con algún recuerdo?

Hilvanes y Retales dijo...

Madison: el libro en sí no es gran cosa. Yo salvo momentos y frases que te hacen pensar y valorar lo cotidiano, como si fuera un Perec en versión descafeinada y moderna.

Pero el libro nos ha dado mucho juego a quienes lo hemos leído: hemos opinado sobre sus personas y sus incongruencias y sus rarezas y la imposibilidad de que determinadas cosas sucedan en la realidad. Por ello es literatura.