viernes, 9 de enero de 2009

La vida, el club de los imposibles

Uno tiene su tiempo en esta vida, no tiene otra cosa. Y yo desde el día en que murió mi amigo he sentido más acuciante y alta que nunca la llamada de las cosas que él ya no veía para que las mirara yo, de las gentes para que las atendiera, de los peligros para que los evitara, y así entregada de un argumento en otro, me he dispersado en miles de interferencias que me han impedido el sosiego necesario para sentarme a ordenar mis ideas. Y con mayor deseo que nunca de ponerme a escribir. Pocas veces me ha sido más difícil.



No hay duda de lo que lo que no voy escribiendo, por escribir se queda. Me quiero engañar, pensando vagamente que cada visión y experiencia me enriquece, y así me van lloviendo encima los días, cada uno de los cuales arrastra con sus gotas las gotas del anterior, sin que me esfuerce por investigar en qué aljibe se recoge toda esa agua o qué tierra fertiliza. Me conformo con alimentar la débil esperanza de que día u otro recogeré el fruto de este tiempo cuyo pasar acecho pasmada, inmóvil, con esa mezcla de resignación y sobresalto con que se pulsa en la noche la muñeca de un enfermo, esperando el milagro de la mejoría. Pero ponerse a escribir es un oficio y un oficio difícil que exige disciplina. Las manos se entumeces, se amodorran, sin entrenamiento.

Cuaderno de todo número 4.



1 comentario:

lys dijo...

Siempre he pensado que el escritor es un ser solitario, introvertido... no sé quizás me equivoque. Siento tristeza, tu escrito me la ha transmitido, es trabajo de escritor.

Te dejo un saludo y un deseo de felicidad pata ti