De Álvaro Cunqueiro guardo un grato recuerdo de sus Crónicas del Sochantre, gallego como Wenceslao Fernández Flores, han pasado, a mi gusto, desapercibidos por el panorama literario español. Quizás, Fernández Flores esté más en la memoria colectiva gracias a la versión cinematográfica de su Bosque animado.
Su estilo sencillo acusado de cursilería es el más idóneo para acercarnos a un mundo donde las plantas y los animales son los verdaderos protagonistas. Quizás no le falte razón a José Carlos Mainer cuando habla de que El Bosque Animado puede rozar, a veces, la cursilería imperdonable, pero ¿no son bellas acaso las siguientes escenas?
“un helechal frondoso, aunque mustio ya por los fríos”
“una colonia de setas de tronco blanco y cúpula cobriza que imitaban en miniatura los palacios de una ciudad encantada”.
En el bosque animado la trucha más vieja del río se llama Trut. Y la única mosca que tiene nombre es HU-HU. En el bosque animado Abrenoite es el murciélago que anuncia la llegada de la noche. Y Furacroyos es un topo enamorado de su mujer que necesita comprobar cual ha sido el motivo de su desaparición aún a pesar de saber que no será nada grato. Los humanos han querido hacerse un jersey con su piel. Y, comprobado la certeza de sus miedos, vuelve a casa, cabizbajo: “Entonces ... ¿era para eso ... para un gabán? ...”
" Los pareceres de aquel vecino tan raro y solemne influyeron profundamente en los árboles. Las mimbreras se jactaban de tener parentesco con él porque sus finas y rectas varillas se asemejaban algo a los alambres; el castaño dejó secar sus hojas porque se avergonzaba de ser tan frondoso; distintos árboles consintieron en morir para comenzar a ser serios y útiles, y todo el bosque, grave y entristecido, parecía enfermo, hasta el punto de que los pájaros no lo preferían ya como morada. Pasado cierto tiempo, volvieron al lugar unos hombres muy semejantes a los que habían traído el poste; lo examinaron, lo golpearon con unas herramientas, comprobaron la fofez de la madera, carcomida por larvas de insectos, y lo derribaron. Tan minado estaba, que al caer se rompió. El bosque se hallaba conmovido por aquel tremendo acontecimiento. La curiosidad era tan intensa que la savia corría con mayor prisa. Quizá ahora pudieran conocer por los dibujos del leño, la especie a que pertenecía aquel ser respetable, austero y caviloso.
(...)
Aquel día el bosque, decepcionado, calló. Al siguiente entonó la alegre canción en que imita a la presa del molino. Los pájaros volvieron. Ningún árbol tornó a pensar en convertirse en sillas y en trincheros. La fraga recuperó de golpe su alma ingenua, en la que toda la ciencia consiste en saber que de cuanto se puede ver, hacer o pensar sobre la tierra, lo más prodigioso, lo más profundo, lo más grave es esto: vivir. "
“La fraga es un tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra; en sus cuevas se hunde, en sus cerros se eleva, en sus llanos se iguala.”
“La fraga recuperó de golpe su alma ingenua, en la que toda la ciencia consiste en saber que de cuanto se puede ver, hacer o pensar, sobre la tierra, lo más prodigioso, lo más profundo, lo más grave es esto: vivir”.
“En verdad os digo que no hay alimaña más digna de compasión que los hombres de la ciudad. La ciudad tiene la inquietud ansiosa de un eterno acecho, en el que cada uno es pieza y es cazador.”
“En invierno, cuando el tren corto que baja a La Coruña se detiene en el diminuto apeadero de Cecebre, es noche aún. Se siente resoplar desde muy lejos la máquina que más que arrastrar unos cuantos vagones viejos, viene empujada por ellos en el largo comiano en cuesta. Pero es la única ocasión que tiene la máquina de un corto, en aquellos parajes, para presumir de potencia y estremecer los árboles y las casas con el torbellino de su marcha, porque cuando vuelve a pasar, subiendo, a la cabeza de coches veteranos, despidiendo humo y chipas y tornillos, su asmático jadeo hace pensar en que acaso la materia bruta tenga también, como los hombres, sufrimientos crueles”.
Wenceslao Fernández Flórez (1884-1964)
Periodista y novelista gallego. Sus obras oscilan entre un lirismo con tintes amargos y un humorismo escéptico. Las principales son:
Volvoreta (1917),
El secreto de Barba Azul (1923),
El malvado Carabel (1931).
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