Título: Garrigues Walker, memorias de un testigo privilegiado
Nota: 3,25
Hace ya un mes, leí el libro de memorias de Antonio Garrigues. Acudí al libro movida por la curiosidad de qué podía contar alguien que se erige en testigo privilegiado de medio siglo. Curiosidad por los cotilleos políticos y sociales, además de jurídicos pero esto última estaba seguro que iban a ser los menos porque ya hace tiempo en algún lugar leí una entrevista a don Antonio donde afirmaba que para ser buen abogado no es necesario pisar los juzgados y que los despachos están llenos de excelentes procesalistas y que él, mismamente, solo había celebrados dos juicios.
Pero el libro ha resultado un fiasco, para lo que yo quería obtener de él y, además, estoy segura que cualquier Letrado de este país, que tenga un nombre dentro de la profesión, tendrá clientes tan importantes y que aporten mucho más aún que el Henry Ford del que tanto se enorgullece Garrigues y millares de anécdotas curiosas y desternillantes dignas de un libro de memorias que, a buen seguro, don Antonio también tiene pero que brillan por su ausencia en el libro. Si de la sobremesa de la barra de los bares se podrían escribir millares de libros interesantísimos ... imagínense ustedes de quien dice comer y tomar café con el Jefe del estado español...
Sin embargo, el libro de memorias es un paseo por su vida, sin mayores pretensiones de aportar luz ni a la historia ni a la intrahistoria. Una prosa fría y sin estilo, quizá intentando emular la frialdad de las paredes forradas de libros de Aranzadi, ya caídos en desuso.
Cuenta que Garrigues, en cierta ocasión, acudió a su despacho y coincidió con un joven letrado en el ascensor y que éste, al saber que se trataba de su jefe, le espetó ni corto ni perezoso: "¡pero usted existe!". Existe Garrigues. Ese ínclito despacho de abogados donde para incorporarse a sus filas, es requisito indispensable hablar inglés con soltura no, como si fuera idioma materno. En fin ... estudien ustedes inglés, aunque solo sea por lo bien que queda aquello de poder comunicarse con otra persona.
Estando en el Fuerte de Santa Luzía, en Elvas, a mi ilustre acompañante, que habla inglés, alemán, portugués, lee y escribe perfectamente latín, también habla francés. Y estábamos intramuros, cuando pasan unos señores y le preguntan y para sorpresas de todos, entabló conversación con ellos.
Maravillada de tanta neurona inteligente repartida por el mundo, me hallo.