viernes, 30 de julio de 2010

Los personajes que habitan los mundos de Hooper y Martín Gaite sufren a menudo de incomunicación

Los personajes que habitan los mundos de Hooper y Martín Gaite sufren a menudo de incomunicación. Podemos, por ejemplo, imaginar a la Mariana de Nubosidad Variable como una de las mujeres de los hoteles de Hooper, sentada junto a la ventana e intentando llenar, con la luminosidad de una playa del sur, su soledad y desazón. O incluso a la solterona de El balneario, ofuscada por un sueño del que sale con alivio, pero, al mismo tiempo, atrapada por su monótona existencia y por unas amigas que la esperan para jugar a las cartas. Pero, si Hooper es un maestro en pintar el extrañamiento entre el hombre y su medio, Vermeer, por el contrario, suele ocuparse de la complicidad entre sus personajes y el espacio en que habitan, como se ha encargado de explicar muy bien la misma Martín Gaite en Desde la ventana. Esa misma complicidad es la que une, en algunas de sus novelas, a los protagonistas con sus casas. Así lo deja ver su "doble literaria" de El cuarto de atrás, donde incluso encontramos un ambiente veermeriano en el suelo de cuadros blancos y negros y en la cortina roja del pasillo a medio correr; o en Retahílas, con ese pazo lleno de recuerdos que resucitan mientras la abuela agoniza, y Nubosidad variable, que nos transmite la relación de amor-odio que Mariana y Sofía mantienen con los espacios y el valor simbólico y arropador de la casa.



Pero, además, en este juego de conexiones e influencias hay otro punto fundamental, y es el valor de Carmen Martín Gaite como consejera literaria, a modo de celestina que maneja con soltura hechizos para hacernos caer en las redes de sus seductores "protegidos". Quizás haya pocos escritores que nos arrastren hacia su mundo con tanta fuerza como lo hace ella. Y todo se lo debemos a sus extraordinarias dotes de ensayista y conferenciante. Fuera de toda duda están sus méritos como historiadora: sus dos Usos amorosos no son acumulaciones de datos y fechas sino amenas -y rigurosas, por supuesto- recreaciones de una época, además de firmes aportaciones a esa historia de la vida cotidiana que tan de moda está hoy en día. Pero, ante todo, Carmen Martín Gaite posee esa cualidad propia de los grandes ensayistas que es dejar oír su voz entre los pliegues del tema que tiene entre manos. Es decir, cuando leemos algún ensayo de esta autora - y sirva de ejemplo importante El cuento de nunca acabar- o un simple artículo, notamos la cálida presencia de un yo que no sólo sabe de qué está hablando, sin que disfruta con ello, que siente el placer de contarnos algo y contarlo bien. En definitiva, notamos su pasión extendiéndose línea a línea y llenado los espacios. Quizás por eso sus grandes pasiones llegan a ser nuestras grandes pasiones, porque el hecho de sentir su voz nos lleva a sentir un vivo interés por lo que está contando. Y así, llegamos a compartir su "amistad" con Natalia Ginzburg, por ejemplo.



Carmen Martín Gaite ha definido a esta autora italiana como escritora "de espacios interiores", con toda razón. En sus novelas nos sumergimos en una intimidad seca, una intimidad que es más que nada una suma de individualidades. Pocos han sabido dibujar como ella la desidia y la indiferencia como motores de la vida familiar, la sensación de fragilidad que se desprende de unos personajes que, a pesar de su cercanía y su parentesco, son unos extraños y no logran nunca hacer recíproco su amor. Estamos, en definitiva, ante el motivo de búsqueda del interlocutor, que tanto ha preocupado a Carmen Martín Gaite y que, más allá de los ensayos, podemos rastrear como tema estructurador de sus novelas; así, en Nubosidad variable, Retahílas o El cuarto de atrás asistimos a la exaltación de un oasis comunicativo, de un estado de gracia que, tras este éxtasis de la palabra, se estrellará contra el mundo de la incomunicación y la incomprensión. Y este mundo dominado por la soledad, que es el que Natalia Ginzburg nos describe, ¿no es también el mundo Hooper, el mundo de las mujeres solitarias que se marchitan en los hoteles, de los desconocidos que comparten en silencio la barra de un bar...?



Hemos llegado de nuevo a Hooper tras detenernos unos instantes en Natalia Ginzburg. Hemos cerrado, en fin, el círculo de amistades a través de los textos tras este recorrido en el que, sin duda, Ginzburg, Hooper y Vermeer, con Carmen Martín Gaite como "jefa" del cuarteto y fuente primera, han salido enriquecidos, sin perder nada de su fascinante individualidad. Ésa es, como decíamos al principio, una de las grandezas del arte: arrastrarnos por sus caminos, llevarnos de un lado a otro y hacer que nos detengamos en estaciones a las que, por una vía u otra, siempre acabamos regresando.





© Juan Senís Fernández 1998



El URL de este documento es http://www.ucm.es/OTROS/especulo/cmgaite/senis.htm



Espéculo. Revista de estudios literarios (Universidad Complutense de Madrid) 1998

2 comentarios:

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Recuerdo aquellos pasajes en los que Mariana iba a estudiar y trabajar al Ateneo, ¡yo no lo conozco aún! Tengo una cuenta pendiente.
Muy interesante artículo, ya lo he leído con calma. Sí, esa manera de meterse ella en sus ensayos es lo que hace que además de amenos estén vivos, y lo que hacen que haya esa comunicación, ese estado de gracia entre autora y lectores.
Hooper es uno de mis preferidos.
Y Vermeer, ¿ha visto la película La joven de la perla, que cada toma es una obra de arte?

Hilvanes dijo...

Yo sigo compartiendo, creo que era Sofía, aquello del nubarrón: la necesidad de justificarse ante otros de culpas por cosas que no se han cometido.

Complicaciones añadidas...

Sí, vi la película La joven de la perla.