martes, 23 de septiembre de 2008

De la primera carta de Don Miguel de Unamuno

Espero no haya usted dado a completo olvido, amigo y compañero Ganivet, aquellas para mi felices tardes de junio de 1891, en que trabamos unas relaciones demasiado pronto interrumpidas, mucho antes, sin duda, de que llegásemos a conocernos uno a otro más por dentro. Débole por mi parte confesar que, al volver al cabo de los años a saber de usted y al conocerle de nuevo en sus escritos, me he encontrado con un hombre para mi nuevo, y de veras nuevo, un hombre nuevo, como los que tanta falta nos hacen en esta pobre España, ansiosa de renovación espiritual.

Su Idearium español, ha sido una verdadera revelación para mí. Al leerle, me decía: "Torpe de mi, que no le conocí entonces... éste, éste es aquél que tales cosas me dijo de los gitanos una tarde en el café, en libre charla".

Esa libre y ondulante meditación del Idearium, merece, en verdad, no haber despertado en España ni los entusiasmos ni las polémicas que obra análoga hubiese provocado en otro país más dichoso, y lo merece as! por la misma merced, por la que mereció abandonar la vida sin haber recibido el premio a que se había hecho acreedor aquel Agatón Tinoco, cuya muerte tan hermosamente usted nos narra. Vale más que su obra haya entrado a paso tan quedo que no el que hubiese hecho rebrotar a su cuenta el centón de sandeces y simplezas aquí de rigor en casos tales.

El Idearium se me presenta como alta roca a cuya cima orean vientos puros, destacándose del pantano de nuestra actual literatura, charca de aguas muertas y estancadas de donde se desprenden los miasmas que tienen sumidos en fiebre palúdica espiritual a nuestros jóvenes intelectuales. No es, por desgracia, ni la insubordinación ni la anarquía lo que, como usted insinúa, domina en nuestras letras; es la ramplonería y la insignificancia que brotan como de manantial de nuestra infilosofía y nuestra irreligión, es el triunfo de todo género que no haga pensar.

En tal estado de cosas, al contacto espiritual con obras tales como su Idearium, se fortifica en el ánimo el santo impulso de la sinceridad, tan cohibida y avergonzada como anda por acá la pobre. Porque entre tantos prestigios de que según dicen necesitamos con urgencia, nadie se acuerda del prestigio de la verdad, ni nadie se para tampoco a reflexionar en que nunca es una verdad más oportuna que cuando menos lo parezca serlo a los que de prudentes se precian y se pasan. En este sentido no conozco en España hombre más oportuno que el señor Pí y Margall. Espera a que la muela le duela para recomendar su extracción.

Oportunísimo es ahora ese su libro de honrada sinceridad, ese valiente Idearium en que afirma usted que "en .presencia de la ruina espiritual de España hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón y hay que arrojar aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos".

Sí, como usted dice muy bien, España, como Segismundo, fue arrancada de su caverna y lanzada al foco de la vida europea, y "después de muchos y extraordinarios sucesos, que parecen más fantásticos que reales, volvemos a la razón en nuestra antigua caverna, en la que nos hallamos al presente encadenados por nuestra miseria y nuestra pobreza, y preguntamos si toda esa historia fue realidad o fue sueño". Sueño, sueño y nada más que sueño ha sido mucho de eso, tan sueño como la batalla aquella de Villalar, de que usted habla, y que según parece no ha pasado de sueño, y si la hubo, no fue en todo caso más batalla que la de Cavite, que de tal no ha tenido nada.

No está mal que soñemos pero acordándonos, como Segismundo, de que hemos de despertar de este gusto al mejor tiempo, atengámonos a obrar bien.

"pues no se pierde
el hacer bien ni aun en sueños".


Hay otro hermoso símbolo de nuestra España, moribunda, según Salisbury, y es aquel honrado hidalgo manchego Alonso Quijano, que mereció el sobrenombre de Bueno, y que al morir se preparó a nueva vida renunciando a sus locuras y a la vanidad de sus hazañosas empresas, volviendo así su muerte en su provecho lo que había sido en su daño.

Pero de esto y de la necesaria muerte de toda nación en cuanto tal, y de su más probable transformación futura, diré lo que me ocurra en otro capítulo.

Para él dejo la tarea de exponer con entera sinceridad las reflexiones que a su preñado Idearium me ha sugerido acerca del porvenir de los pueblos apremiados en naciones y estados y acerca del porvenir de nuestra España sobre todo. Empezaré por D. Quijote.

(...)


"De Miguel de Unamuno a Angel Ganivet"

(Cuatro cartas abiertas, publicadas en El Defensor de Granada en 1898)