martes, 13 de noviembre de 2007

Advertencia a G. sobre Guerra y Paz.


Estaba meditando sobre la proyectada lectura de Guerra y Paz, que espero no pase de Diciembre, y he recordado la Muerte de Ivan Ilich. Al terminar la lectura de Campos de Castilla cierto es que la experienceia de una lectura compartida nos gustó. Y optamos por un escritor ruso y, de entre ellos, a Tolstoi; porque ¿Cómo prescindir de León Tolstoi? Imposible.

Tengo que reconocer el miedo que siento al afrontar esta lectura, no por su volumen, que también impresiona. Sino por su contenido. Junto con mis cuadernos y bolígrafos, tendré que tener un folio A-3 para apuntar los casi 600 personajes, lo reconozco: no logro retener los complicados nombres rusos. Y este es el motivo que me costara tanto la lectura de El Idiota, de Dostoievski. Me impacienta de esta lectura, sobretodo, el volver a enfrentarme con los análisis psicológicos que tanto gustaban a Tolstoi y también a Dostoievski, esa lucha entre el bien y el mal de los personajes, que necesitan renacer para limpiarse de las impurezas a las que entregaron como castigo de una vida que no creen merecer.

Y aquí llega la advertencia: si termino la Regenta y aún no tienes el libro, por favor, ¡¡¡ Cámbiate de librería !!!!!


Iván Ilích veía que se estaba muriendo y se hallaba en un continuo estado de desesperación. En el fondo de su alma sabía que se estaba muriendo, pero no sólo no se acostumbraba a ello; simplemente, no podía entenderlo... No puede ser que la vida sea tan sin sentido, tan asquerosa. Si es cierto que la vida es tan asquerosa y tan sin sentido, entonces, ¿para qué morir y morir sufriendo? No; aquí falta algo. -A lo mejor no he vivido como debía-, se decía, e inmediatamente apartaba de sí esa única solución del misterio de la vida y de la muerte como algo absolutamente imposible... Buscó en su interior el acostumbrado miedo a la muerte y no lo encontró. -Dónde está Ella? Qué muerte?- No había miedo porque tampoco había muerte. En lugar de la muerte había luz.

-Así que es eso -dijo de repente en voz alta-. ¡Qué alegría!

-¡Se terminó!- dijo alguien encima de él.

Iván Illich oyó estas palabras y las repitió en el fondo de su alma.”

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